miércoles, 4 de diciembre de 2013

Lo que viene: un dólar de importación y otro financiero

Por Julián Guarino / Subeditor de Finanzas

Sí, sería sensato que hubiera un solo precio para el dólar. Pero asumiendo que para temprano es tarde, arroguémonos la potestad entonces de contemplar que ya estamos a 24 meses del cepo y que con restricciones y todo, la salida de dólares de las reservas no ha mermado. Asumamos también que en los últimos días, el peso se devaluó (fuerte) si se pretenden dólares para adquirir autos y bienes suntuarios y, ahora, para utilizar en turismo.

Asumamos también que el equipo económico negó que tuviera intenciones de desdoblar pero que, en cambio, aplicó distintos impuestos (internos, a cuenta de Ganancias y Bienes Personales, etc.) y que el fruto de ello es un precio distinto para el dólar en cada uno de estos casos, lo que no sólo es desdoblar, sino también devaluar. Con eso en mente, ya podemos extrapolar lógicas. Desde ayer, la Argentina tiene dos tipos de cambio oficiales: el oficial-oficial y el turista.

Hay uno más, pero no goza de la difusión gubernamental: el dólar-agro. El valor para el primero era ayer $ 6,18; para el segundo, $ 8,34 mientras que para el tercero era de $ 4, una vez descontada las retenciones, por ejemplo, para las exportaciones de soja. Un ejercicio rápido, mostrará que si bien se ‘abarata’ el costo de oportunidad de no viajar (antes era del 26% y ahora es del 12%), para el agro, la posibilidad de dolarizarse queda tan lejos como a 134%, desde los $ 4 hasta los $ 9,30 del blue. Esto ha hecho que miles de productores decidan esperar y ver, y que los exportadores recién ahora hayan decidido sentarse a la mesa para entregarle u$s 2.000 millones al Gobierno a cambio de bonos que deberán pagar una tasa más que atractiva.

Hay miles de forma de abordar el tema. Pero embarrados como estamos, y asumiendo que el sistema cambiario sigue vagando sin rumbo dentro del planeta de la ridiculez, habría que preguntarse si no hay que incorporar en la ‘tablita de Kicillof‘ a dos cotizaciones que ya piden pusta: el “dólar de importación” y el “dólar financiero”.

La razón es peregrina: si se ataca a los bienes suntuarios y al turismo porque fomentan la salida de dólares, ¿por qué no poner el foco en el incentivo al ingreso de divisas? ¿Acaso no fue el propio jefe de Gabinete Jorge Capitanich quien anticipó una batería de medidas para alimentar las reservas? ¿Por qué a un turista argentino que sale del país se le cobra el dólar a $8,38 mientras que a uno que llega a la Argentina se lo pagan a $ 6,16? ¿Acaso no es esa la forma más segura para alimentar el mercado blue? Si lo que se quiere es sumar dólares, entonces habrá que unificar criterios en lugar de desdoblarlos.

El miedo son los precios de la economía doméstica. Pero ‘saneando’ el sistema de Declaraciones Juradas Anticipadas (DJAI) –algo que estudia el flamante secretario de Comercio Interior Augusto Costa– podría ahorrarse un costo financiero, lo que compensaría un encarecimiento de devaluación.

Por otro lado, al tener menos intervención estatal, el comercio se vuelve más eficiente, los empresarios pueden asignar mejor su inversión sin esperar que la matriz insumo-producto de Leontief ‘escupa’ ecuaciones de márgenes de ganancias y precios finales.

Para el dólar financiero también hay: ¿quiénes son los valientes que traerán dólares al país mientras se les pague $ 6,18 por cada dólar y además no se les permita enviar sus utilidades al exterior? Parece lógico (perdón por traer el término) que se le de un ‘premio’ a quien se esmera y no sólo trae dólares al país sino también hará una inversión y creará riqueza y trabajo. Que se descuiden estos aspectos no hace más que plantear dudas.

Por ahora, queda la certeza que con desincentivar el turismo y las compras de bienes suntuarios no alcanzará y que probablemente el Gobierno deba encarar otros cambios que podrían respetar el pragmático esquema de pensamiento oficialista que rige la jefatura de Gabinete en la actualidad.

Una apuesta por parte de la Casa Rosada y el Palacio de Hacienda es a acortar la brecha que separa el dólar turista del blue. Hasta ahora, se generaba una fuerte demanda de dólares vía consumo con tarjeta de crédito y paquetes y pasajes aéreos incentivada por la profunda distancia que separaba un gasto financiado a $ 7,30 de los casi $ 10 que solía cotizar el dólar blue. Esto implicaba en los hechos un 37% de ahorro a la hora de adquirir bienes y servicios con los plásticos bancarios, ecuación que implicó en 2013 un desembolso de casi u$s 10.000 millones equivalente al desembolso por la importación de energía. La hipótesis de Kicillof & Co. es que si se achica la brecha, si el dólar turista “empata” con el blue, entonces la percepción de “capitalizar el momento” y hacer consumos vía tarjeta se desacelerará. En el fondo, encareciendo esta vía de financiación se devalúa la moneda y, a la vez, se restringe aún más el acceso a un mercado cambiario donde el Banco Central se mueve a su antojo para realizar las operaciones de compra y venta de dólares, pero donde, en los últimas semanas, perdió a razón de u$s 150 millones por día.

La parte del final la dejamos para precios y salarios. Allí es donde el Gobierno tienen puesta la lupa. Si se devalúa un 30% el peso contra el dólar oficial (algo que ocurrió ayer con el ‘dólar turista’) entonces es probable que toda la economía ajuste hacia arriba precios y salarios. Pero si se hace por partes, primero el de bienes suntuarios, después el turista, después el de importación, después el financiero, y por último el oficial, entonces es probable que el ajuste se haga en base a la suba de precios que proponen las expectativas inflacionarias. El Gobierno podría “ahorrarse” los costos de haber abandonado la actualización del dólar y haberlo utilizado de ancla inflacionaria.

cronista.com

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