jueves, 11 de abril de 2013

Nada logra sosegar a Cristina en batalla contra el dólar: a Dios rezando, y con el mazo dando


Guillermo Kohan, Periodista

Severos tropiezos políticos en gestión e imagen anota la administración de Cristina Kirchner en su segundo mandato, desde que la Presidenta ganó por paliza en 2011 y decidió gobernar bajo la consigna del vamos por todo, un ánimo extremo que había sido ocultado en la campaña electoral. Las encuestas hoy coinciden en que Cristina erró el camino: perdió entre 15 y 20 puntos en intención de voto. Tanto que al Gobierno le cuesta encontrar candidatos competitivos para promover la continuidad de Cristina en el poder, al menos en distritos clave como Buenos Aires (Capital y Provincia), Córdoba, Santa Fe y Mendoza. Tras la experiencia en Santa Cruz, se animan otros referentes del peronismo no cristinista a desafiar a la Casa Rosada en el interior.

Mirando la opinión pública, en casos impactantes como la entronización del Papa Francisco, o las recientes inundaciones, la Jefa de Estado se mostró rápida de reflejos y corrigió su instinto batallador en todos los frentes. Parecería que ante la extrema alegría o ante la extrema tragedia, Cristina entiende razones y se llama a sosiego.

Pero en materia económica, el arrepentimiento, la humildad y la misericordia que surgen en estos tiempos de emociones y lágrimas; parecen atributos más ausentes: más bien se encaminan las decisiones bajo la fórmula del sabio refrán español para señalar a los simuladores: ‘a Dios rezando, y con el mazo dando’.

En estos menesteres, tan o más dañinos para la imagen de la gestión presidencial, la Presidenta no quiere arriar banderas. Supone que la inflación y la ridícula batalla que viene librando y perdiendo contra el dólar no son una verdadera tragedia: No quiere ceder en determinaciones que están paralizando cada vez más a la economía. Tampoco quiere moderar el atropello de sus funcionarios y militantes que asustan a empresas e inversores quienes no paran de achicar sus negocios y fugar capitales. Menos parece dispuesta a sincerar las estadísticas de inflación y pobreza en el país, o frenar el acoso contra los periodistas profesionales y los medios independientes. Sigue financiando, en cambio, una pobre propaganda oficial que naturalmente fracasa en calidad y audiencia. Como si todo eso le sumara votos. Por cierto, rechaza la idea de bajar el gasto político para reducir el déficit fiscal y enfrentar seriamente el flagelo de la inflación.

Ni si quiera acepta la lógica intervencionista que cuestionan los economistas ortodoxos y le reclaman a gritos los heterodoxos: al menos, legalizar el dólar blue con un desdoblamiento cambiario que mantenga el control de cambios con dólar oficial para exportaciones e importaciones administrado por el Estado, y dólar financiero libre entre empresas y particulares, que permitan que los miles de millones de dólares que los argentinos tienen escondidos comiencen a fluir y reactiven la economía. Y que las empresas puedan ingresar dólares, retomar las inversiones que cancelaron y luego sacarlos si quieren, sin afectar el nivel de reservas ni la libertad económica. Nadie entra al cine, si le dicen en la puerta que no lo van a dejar salir. La profundización del control de precios, con el anuncio del congelamiento en el precio de los combustibles hasta las elecciones, no hace más que ratificar un camino que terminará profundizando el déficit fiscal y la huída de las inversiones. Por no mencionar la reforma judicial que se propone aprobar el Poder Ejecutivo en el Parlamento, que para el mundo económico supone un riesgo evidente para los derechos de propiedad y la seguridad jurídica.

Cuesta comprender, ante el fracaso evidente, que siga el Gobierno en la contienda contra el dólar y el creciente estatismo económico, amparado en una supuesta batalla cultural que ya ni siquiera rinde como escudo electoral para seducir adolescentes; sólo revela la falta de ideas y argumentos técnicos para insistir en semejante camino tan pasado de moda.

Con pergaminos que la acreditan como política profesional exitosa, la Jefa de Estado ya mostró cierta flexibilidad al corregir algunas conductas ante la evidencia de los hechos. Hasta frenó temporariamente los ataques de sus funcionarios contra la gestión de Mauricio Macri cuando medio La Plata y parte del Conurbano Bonaerense quedó bajo el agua. Incluso parece dispuesta a interrumpir su acoso financiero contra Daniel Scioli, al menos hasta que pasen los efectos mediáticos del desastre en el área metropolitana.

Pero en la pelea contra el dólar, por ahora no se rinde. Supone que todavía su Gobierno no tiene el agua al cuello por la disparada del Blue y la creciente inflación que golpea a los argentinos.
Entretanto, la suba de costos y el control de cambios alejan inversiones e impide salir del colapso de infraestructura ante la imposibilidad de acceder al crédito para construir caminos, hospitales, desagües, puertos, transporte público y hasta renovar tecnología básica para telecomunicaciones.

El modelo de la inflación y el dólar subsidiado a 5 pesos coloca en ridículo al promocionado ‘modelo de inclusión con matriz diversificada’: genera que lo único rentable hoy en el país es dedicarse a importar, siempre que se logre la autorización del Gobierno para acceder a los dólares baratos que provee el Banco Central. El importador les puede vender caro en dólares a los consumidores argentinos. Pero el que produce en el país carga con los altos costos de la inflación y los altos salarios en dólares. No puede exportar.

No solo queda fuera de competencia la industria. Hasta lo más rentable del modelo, la soja, ha empezado a dejar de ser negocio por la inflación, el atraso cambiario y la presión impositiva. Un productor que alquila un campo en el mejor lugar de la pampa húmeda en esta campaña, a 200km de Rosario, gasta $5.500 por hectárea para alquilar, sembrar y cosechar; de modo que tiene que lograr un rinde excepcional (arriba de 35 quintales por hectárea) para salir hecho al precio de $1500/1600 por tonelada de soja que hoy se paga a los productores según precios de pizarra. Cuesta 650 dólares/ha el alquiler del campo, 200 dólares los insumos y labores hasta la cosecha, y 250 dólares los gastos de recolección, comercialización, impuestos y fletes. A más de 400 km del puerto, ya no rinde ni siquiera sembrar soja.

La última batalla comercial que se reabrió para el Gobierno argentino también es por el dólar prohibido, el control del comercio exterior y la determinación de profundizar en ese camino. Enfrenta a la administración de la señora de Kirchner con sus dos principales socios del Mercosur: Brasil y Uruguay. Ambos países objetan la política local porque obviamente traba el comercio regional al imponer barreras al ingreso de productos y capitales, sin respetar los acuerdos de integración. Brasil protesta airadamente y retira inversiones. Uruguay, en el decir de su Presidente, apareció más grosero al explicitar su consideración.

José Mujica sentenció, entre otras observaciones, que Cristina es más terca que su antecesor en el cargo. Según la Real Academia, terca es aquella persona pertinaz, obstinada, irreducible, más difícil de convencer que lo ordinario en su clase. Permite explicar, en parte, por qué insiste el Gobierno en caminos que dan tan malos resultados.

cronista.com

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